Opinión

"No para mañana"

No postergar nada. Esa debería ser la clave para vivir. Uno nunca sabe cuánto le queda. Así como puede ser mucho, puede ser poco. Lo que está claro es que tal vez no sea suficiente. Tomar decisiones. Jugársela. Dar el paso. Atreverse, cueste lo que cueste. Mejor arrepentirse de lo hecho que de aquello que no fue jamás. Siempre es un error guardar la súper botella de vino para la ocasión memorable. Lo irrepetible es hoy. El gran mañana podría no llegar a concretarse. El beso perfecto es urgente en este momento. Y si no es posible, por lo menos hay que darle “enviado”. Lo mismo sucede con lo que se guarda en el corazón. Prohibido no expresarlo. Pecado no compartirlo. Atentatorio añejarlo.

Duro ha sido, tras la pandemia, descubrir la esquela de un amigo a quien ya no pudo verse. La esquela de ese amigo con el que “a ver qué día nos tomábamos un café”. La esquela del amigo a quien pudimos haberle dedicado una hora cuando todavía estaba “ahí nomás” para gozar sus gestos.

Conozco a una familia a la que no le falta el dinero y que no fue capaz de organizarle el viaje de sus sueños a la abuela entrañable. Apenas tenía 75 la señora. Pero, de pronto, en vez de recibir a todos el domingo para almorzar, estaba en el intensivo de un hospital. Así pasó tres semanas. Y mientras la cuenta se volvía exorbitante, sus hijos se lamentaron de no haberla llevado a donde tanto pidió ir. Cuando se percataron, ya era demasiado tarde. Y así fue. Hoy solo les queda visitar su tumba y llevarle flores. Y recriminarse, en el privado silencio de la conciencia, por esas robustas sumas que acumulan en el banco, que ahora no pueden regresar a la vida a la abuela entrañable que se fue antes de lo esperado.

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A todos nos ocurren esas historias. El vertiginoso ritmo que se nos impone es un remolino de inercias. Un cotidiano ciclón de rutinas. Una robotización apabullante y desoladora.
A la mitad de los años 70 del siglo pasado, hace ya mucho tiempo, se puso de moda un libro de autoayuda titulado “Tus zonas erróneas”. El autor era Wayne Dyer. La pasta de la versión de bolsillo era amarilla. Alguien lo leyó en mi casa. Yo medio lo revisé. Una frase de ese libro es esta: “La postergación como forma de vida es una de las técnicas que pueden usarse para evitar hacer las cosas. Un no hacedor es a menudo un crítico, esto es, alguien que se echa para atrás y mira cómo los demás hacen cosas y luego elucubra conceptos filosóficos sobre cómo están haciendo las cosas los hacedores. Es muy fácil ser crítico, pero ser un hacedor requiere esfuerzo, riesgos y cambios”.

No es gran ciencia lo que Dyer explica con esas palabras. Basta verse en un espejo para darle la razón. No postergar nada debería ser la clave para vivir. Uno nunca sabe cuánto le queda. Así como puede ser mucho, puede ser poco. Lo que está claro es que tal vez no sea suficiente. Y eso basta para no dejar para otro día ese café que “a ver qué día nos tomamos con los amigos”.

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