El futbol retrata la vida. Adentro de la cancha y afuera. El éxtasis es el gol. Y viceversa. En el campo, el objetivo es claro. En las oficinas de los dirigentes, también. Tácticas y estrategias. Como en el famoso poema de Benedetti. Ganadores y perdedores. Como en cada jornada de nuestra existencia. Aficionados que, al abandonar el estadio, dejan las gradas tan limpias como las encontraron. Otros, que por la rabia de ver eliminada a la selección de su país, agreden al primero que se cruza por su camino. Jugadores que bailan y después se van, a veces por confiados o bien por maltratar el gato. Neymar llora con Bolsonaro y Richarlison con Lula. Para todos los gustos había en “la Canarinha”. Asimismo, jugadores que luchan y que, aunque no salgan campeones, se vuelven héroes. “Los hijos de la guerra”, como les dicen a los croatas, son un ejemplo de eso. Dignidad y entrega sin límites. Humanamente, Modrić es lo mejor de este campeonato.
Me gusta ver cómo celebran los equipos cuando anotan. Ahí se refleja mucho cómo se llevan entre sí; de cómo funcionan sus dinámicas internas. Ha de ser duro ser suplente. Lo dicen los expertos: Todos quieren jugar. Por ello, apoyar desde la banca a quienes disputan los encuentros es un arte. El arte del camerino, le dicen unos. El arte del colectivo, opinan otros. El arte del “todos para uno y uno para todos”, añadiría Dumas.
Es conmovedor el contraste entre los que ganan y los que pierden. Sobre todo cuando el partido ha sido peleado. Cuando la victoria estuvo a segundos de consumarse. Cuando es un único error el que condena a una épica faena. Fallar un penal decisivo ha de ser demoledor para un futbolista. ¿Cuántos años acompañará al capitán inglés, Harry Kane, su pifia frente a Francia? Tal vez para siempre. Un inmisericorde Kylian Mbappé soltó la carcajada a escasos metros de Kane cuando a este se le venía encima el mundo. Y se vio mal, por joven que sea, el genial delantero del PSG. ¿Qué habrá sucedido en el autobús cuando el equipo británico volvió al hotel después de quedar al margen del torneo? ¿Habrá habido reproches para Harry? ¿Le habrán dado el mayor consuelo posible? Tiendo a creer que lo arroparon y lo protegieron. Pickford, el portero, ni siquiera quería que la prensa le tomara fotos al final del partido.
Enternece y alienta ver cómo un deportista victorioso reconforta a un derrotado. Hay buenos y malos ganadores. Y hay buenos y malos perdedores. Como en el asunto electoral. Pepe, el veterano defensa portugués muy conocido por su agresivo estilo, sembró el veneno en el ambiente al decir que había parcialidad de la FIFA en favor de Argentina. No sé qué declarará si Francia termina ganando la final. Solo por eso quisiera que perdiera la albiceleste. Pero no. Sigo entusiasmado con que América se lleve otro título. Y que lo haga de la mano de su gran figura, es decir, el mejor futbolista de este siglo. “La Pulga”. Ese que tantas veces fue verdugo de mi Real Madrid.
Me alegra mucho lo lejos que llegó Marruecos. No fue casualidad. Nadie les regaló nada. En la cancha demostraron su calidad y su talento. Estuvieron a centímetros de complicarle la vida a los franceses, actuales campeones del mundo.
Se acaba el Mundial. Hay quienes ya sufren la nostalgia de que no habrá partidos la próxima semana. Así es esto. En un país tan desalmado como Guatemala, los pretextos para olvidarse del cinismo diario siempre calman un poco la ansiedad. Pero solo un poco. Porque cuando el lunes todavía se estén comentando las hazañas de la final, tendremos ya encima las tensiones del inclemente tráfico previo a la Nochebuena, así como las insulsas promesas de quienes se postularán para cargos de elección popular el año entrante.
El futbol retrata la vida. Y también la distrae. Se agradece el bálsamo que propicia de vez en cuando. Ahora canta a dueto con la Navidad. Nos quedan unos días de gracia. No tantos. Aquí la guerra nunca se detiene. Los demonios no descansan ni siquiera en estas fechas.