Opinión

"Nicaragua y Venezuela, a la vecindad"

Escribo esta columna y no sé si publicarla me traerá consecuencias legales. No debería. Pero en estos tiempos uno ya no sabe. El retroceso en la libertad de prensa es innegable. El ambiente está enrarecido. Ahora, por prudencia, los periodistas y los columnistas tendríamos que se cautos en qué temas tratar. En cuidarnos de no ofender a los poderes que cooptaron al Estado. Expresarnos con libertad es exponernos a ser criminalizados. A que nos investiguen por conspiraciones. A que nos anuncien, vía el net center, que pronto la “justicia” se ocupará de nosotros. Es una lástima que esto suceda. No por nosotros. O, para ser exacto, no solamente por nosotros. Es una pena por el país. Por todos esos esfuerzos, y esos miles de muertos, que se entregaron para llegar a un sistema medianamente civilizado. Un sistema en el que el debate de ideas pudiera oxigenar a la sociedad. Un sistema en el que no fuera prohibido exigir rendición de cuentas.

Todo eso de lo que nos creíamos a salvo desde que se instaló la democracia en Guatemala, es decir, de los arrebatos autoritarios y de la represión selectiva, hoy se consolida cada vez más en el entorno. Hay muy poca conciencia de que, aunque ahora es la prensa y los analistas los que son objeto de acoso y persecución, mañana pueda ser cualquiera. Bastará con que alguien se cruce en los intereses del régimen, o bien en el capricho de algún mafioso con mayor capacidad de intimidación. Luis Botello, vicepresidente del Centro Internacional para Periodistas, lo dijo muy claro ayer: “Es una receta conocida (…) Así lo han hecho en Nicaragua y en Venezuela”. Nicaragua y Venezuela. Dos países que han servido como caballito de batalla para ondear banderas de falso nacionalismo. Ninguna voz de esas que tanto se rasga las vestiduras para defender nuestra soberanía ha dicho una palabra acerca de los ataques a la libertad de expresión que abundan desde los tres poderes del Estado. Más bien los aplauden. Los estimulan. Los felicitan.

Y en el caso de gremios y colectivos que, supuestamente, se ubican del lado de los buenos, tampoco hay reprobación por lo que a todas luces ocurre. Prefieren callar. Prefieren ver hacia otro lado. Prefieren “no meterse en problemas”.

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De ninguna manera propongo que periodistas y columnistas seamos intocables. Si alguno de nosotros comete un delito nos toca asumir las consecuencias y enfrentar lo que en ley corresponda. No somos inmunes. Ni tampoco deberíamos serlo. Lo que sucede en estos tiempos es que, sin rubor, los aparatos del poder se ensañan contra cualquiera que los critique o que los evidencie en sus bajezas y sus negocios. Usan, a sus anchas, el viejo y burdo recurso del miedo. Y lo infunden. Y lo propagan. Y lo imponen.

El enorme retroceso en la libertad de expresión, ya en marcha, traerá consecuencias nefastas. Nos hundirá en los abismos del silencio. Nos condenará a las verdades únicas. Nos conducirá, por las malas, hacia la dictadura perfecta.

Todo apunta a que es tarde ya para evitar esta debacle. Las elecciones no representan esperanza alguna. Por el momento, solo queda la dignidad y el coraje de quienes prefieran dar la cara a pesar de lo que pueda venir después. La percepción de que se amenaza la libertad de expresión debería ser objeto de comunicados y pronunciamientos de aquellos sectores que basan su discurso en los valores de la democracia. Solo así podría detenerse este manotazo represivo. O al menos retrasar un poco su vertiginoso látigo.

Por lo que se vive en Guatemala en estos días tan oscuros, tendrían que expresarse las iglesias, las cámaras empresariales, la academia, los colegios profesionales, las organizaciones sociales, los tanques de pensamiento y cuanto grupo se considere afín co4 la idea de un país sin barbarie. Pero tal vez es pedir mucho. Como buscar peras en un olmo. Es tal el desasosiego moral en el que vivimos, que esperar la mínima lógica se vuelve hasta irracional. Aquí no son los patos los que les tiran a las escopetas, sino las escopetas las que se le someten a los patos. La gente que repudia los actos de intimidación contra periodistas y columnistas es mucha más que aquella que pretende regresarnos a la época de las cavernas. Pero sin una ciudadanía articulada, de nada sirve ser mayoría.

No veo ilegalidad alguna en escribir esto. Igual, no sé si dentro de dos semanas o el mes próximo, alguna autoridad decida que por expresar mi sentir y por plasmarlo en este escrito, se me investigue por conspirar contra los poderes reinantes. Nicaragua está a 853 kilómetros de aquí. Venezuela a 2,765. La distancia es engañosa. En muchos sentidos ya los tenemos a la vecindad.

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