Opinión

"Un triste aniversario para reflexionar"

Esta semana se cumplieron 20 años del Jueves Negro. Increíble cómo pasa el tiempo. Recuerdo con claridad las escenas de aquella terrible jornada. A las 7 de la mañana recibí la llamada de una fuente que manejaba mucha información. Me dijo sin preámbulos que habría desórdenes en los próximos minutos. Y también afirmó que era oportuno que me preparara porque el panorama no pintaba nada bien. Diez minutos después, el teléfono sonó de nuevo. La tétrica voz del otro lado de la línea fue categórica: “Los periodistas son objetivo”, me advirtió. “Es conveniente tomar precauciones con sus reporteros”. Incluso, en una segunda llamada, su advertencia llegó más lejos: “No se descarta que un colega suyo muera hoy”, espetó sin esperar reacción. Durante la planificación de la mañana fue inevitable tocar el tema. Al mencionar el inminente peligro de ir a la calle a cubrir eso que se anunciaba como “muy fuerte” nadie se amilanó. La redacción en pleno salió a buscar la noticia. Para entonces, ya había indicios innegables de que los avisos estaban en lo cierto. Hordas de encapuchados, simpatizantes del partido en el gobierno que era el FRG, se habían concentrado estratégicamente en distintos puntos de la capital, entre ellos, las afueras del Centro Empresarial, en la zona 10, así como en los alrededores de La Cañada, en la zona 14.

Fue de verdad negro aquel aciago jueves. Negro e indignante. Sobre todo cuando se confirmó el fallecimiento del periodista Héctor Ramírez, conocido cariñosamente como “El Reportero Equis”, un legendario de la profesión que llevaba años cubriendo la fuente de sucesos. Un infarto se lo había llevado. Su corazón no resistió la amenazante persecución de una cobarde turba que intimidó a los periodistas con machetes y palos. Las autoridades policiales no actuaron. Los medios serios hicieron una cobertura ininterrumpida, pese a los riesgos que conllevaba tal cosa. No había redes sociales entonces. El desconcierto reinaba en el país y nadie sabía exactamente cómo iba a terminar el día. Parecía un golpe de Estado. Hubo testimonios dramáticos que nunca olvidaré. El del recordado colega Raúl Galdámez, por ejemplo. Entre lágrimas y suspiros, su voz narró al aire cómo uno de los encapuchados le había puesto un machete en el cuello, mientras lo insultaba. Algo similar relató Donald González, también del Patrullaje Informativo. El resto es historia conocida. Efraín Ríos Montt fue inscrito como candidato a la presidencia pese a la prohibición constitucional que pesaba sobre sus aspiraciones. Salvo por un caso judicializado, aquel atropello que incluyó un homicidio en el que perdió la vida un periodista quedó en la impunidad.

Como es costumbre aquí. Como ha sucedido infinidad de veces. Y, según se ve, no se aprendió bien la lección. No tomamos suficiente nota de los riesgos permanentes que enfrenta una democracia tan frágil como la nuestra. Veinte años después, el peligro que enfrentamos es incluso más grande y complejo que el de aquel día de ingrata recordación. Más grande, porque lo que está en juego es el sistema como tal. O se salva el orden constitucional o se rompe irremediablemente. Más complejo, porque pese a la calma rara que impera a las 20:02 del miércoles 26 de julio cuando escribo esta columna, tal vez hoy, ya impresa en Publinews y colgada en distintas plataformas, la realidad haya cambiado y los personeros del mal estén perpetrando sus inaceptables acciones de intimidación y acoso, con miras a arruinar o impedir la segunda vuelta.

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Es increíble cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer ese Jueves Negro que marcó el año 2003 con sus desórdenes orquestados y su despreciable ataque a la libertad de expresión. Ha corrido mucha agua debajo de ese puente que nos retrata como sociedad. Se intuyen aguas turbulentas para el futuro inmediato. Demonios desatados. Muchos de los actores de 20 años atrás siguen ahí, dispuestos a desafiar lo que se les cruce por el camino para salirse con la suya.

Es hora de cerrar filas en defensa de la democracia. No es momento de resaltar nuestras diferencias, sino de acentuar los ideales en común. Es imprescindible evitar que, en 2043, alguien escriba una columna lamentando que en 2023 no se actuara con la valentía y la lucidez que hoy se precisan.

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