Opinión

"Un llanto lo dijo todo"

Estábamos a medio noticiero cuando oí su reporte. Verónica Paz, periodista de inmediatez, narró con precisión cómo avanzan los trabajos para instalar un puente temporal en el kilómetro 17.5 de la ruta al Pacífico. Allí donde hace una semana hubo que interrumpir el paso de vehículos, porque una sección del tramo carretero colapsó por un problema en las tuberías transversales.

Cada vez que he oído los relatos en directo de Verónica han desfilado por mi mente múltiples fotografías de esta debacle. Ella ha contado los riesgos que corren los integrantes del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, en la colocación del paso provisional. Ha hecho igualmente enlaces acerca de los dramas padecidos por quienes atraviesan a pie el área, también muy expuestos, y sobre los testimonios de indignación de aquellos que se demoran varias horas en ir de sus casas al trabajo, o del trabajo a sus casas.

Verónica ha entrevistado a algunas autoridades de diferentes entidades de gobierno. Ha hablado con curiosos que se asoman por el lugar. Ha descrito, con una minuciosidad literaria, las tensiones y las prisas que se viven, tanto en los alrededores como en las profundidades de ese horroroso agujero.

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Gracias a su trabajo he podido imaginar la desesperación y el desencanto de los que viven o laboran en el sector, al percatarse de que el calvario sufrido durante los últimos días seguirá. Y seguirá quién sabe por cuánto tiempo más. No dudo de la frustración de aquellos que, posiblemente ahorcados por una mala situación económica, se vean incluso en peores condiciones a corto plazo, por la terrible e incierta incidencia del destrozo de esta vía, el cual ocurre por segunda vez en tan solo 13 meses.

Para llegar al sitio donde la noticia ocurre, Verónica Paz debe abordar cada mañana una motocicleta de la radio. Con ese versátil medio de transporte, ella logra sortear la avalancha de vehículos que transforma la autopista en un gigantesco estacionamiento a vuelta de rueda.

Insisto: el trabajo de Verónica ha sido impecable durante esta emergencia, secundado por un excelente equipo de editores que aprovecha el magnífico e impresionante material que surge de sus vívidas crónicas.

Pero ayer sucedió algo que se salió del libreto normal de la cobertura in situ de este hecho noticioso. Mi compañera de cabina, Flor de María Reyes, le había pedido a Verónica ahondar en la manera como se instala el puente temporal. Yo, en mi papel de copresentador del noticiero, le solicité darnos un “estado del tiempo” desde su visión presencial en el hundimiento, dada la importancia de que no llueva para poder continuar con la habilitación de la vía. “Aquí el cielo está despejado” fue su respuesta en tono optimista. “¿Alguna pregunta más en estudios centrales?”, añadió con naturalidad.

Al oír su disposición para continuar con el relato, se me ocurrió plantearle cómo se sentía ella al ver semejante desastre, considerando que es su ruta habitual y que la ha recorrido infinidad de veces. Su reacción me sorprendió tanto como me conmovió. En cuestión de segundos, la fluidez de su discurso periodístico se entrecortó por un llanto que, evidentemente, no pudo contener. Vero nos dijo que, sólo de imaginar el desastre y la tragedia que hubiese ocurrido si las autoridades no cortan el paso vehicular a tiempo, se le vino el mundo encima. Mencionó su experiencia transitando a diario por el lugar. Se aterró al visualizarse en una pesadilla similar a la sufrida por dos mujeres en la Calzada Concepción de Villa Nueva, donde en septiembre pasado un horrendo y repentino socavón hizo que literalmente se las tragara la tierra. Con lágrimas en la voz, Vero habló de su hija, de su familia y de toda la gente que usa la ruta al Pacífico. Y lo hizo en función del enorme peligro al que se vieron expuestos. También dio gracias a Dios porque las autoridades llegaran justo antes del descalabro para evitar la tragedia. Aclaró, además, que pasó por ahí media hora antes de que el asfalto sucumbiera. Y como siempre, los datos de su reporte pintaron con suma claridad lo que se estaba viviendo en el kilómetro 17.5 hacia el sur.

Aplaudo que Vero haya humanizado al extremo su crónica periodística. Su llanto dijo mucho de lo que estamos sintiendo millones de guatemaltecos por la indefensión que nos acosa frente a la insaciable sed de saqueo de nuestros funcionarios. Es impostergable hacer algo para que a los puestos de gobierno lleguen personas que se preocupen realmente por la población. Personas técnicas y preparadas que no solamente alcancen el cargo para robar y robar. Personas que atiendan el abandono al que se ha visto sometida la obra pública, y que no sean negacionistas del cambio climático. Es un clamor popular que se percibe cada vez con mayor fuerza. El llanto de Verónica lo dijo todo.

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