Tensa calma. Más tensa que calma. Así pinta el ambiente previo al domingo de segunda vuelta. A las 19:55 del miércoles 16 de agosto, hora en que escribo, no hay mayores novedades en el frente político, salvo las que se fraguan tras bambalinas en este teatro de ferocidades. La encuesta de la mañana marca un destino electoral que la encuesta de la noche seguramente confirmará. Y aunque nada está escrito en un proceso tan atípico, me pregunto cuál será la reacción de quienes se han empeñado en traerse abajo la democracia si el resultado les es adverso. Lo que está claro es que disponen de un abecedario de ideas malignas. De la A a la Z. Y que no descartan nada. Mientras más callados, más peligrosos. Nadie puede ni debe confiarse. Incurrir en un ingenuo triunfalismo es prematuro e imprudente.
Cambio de tema sin cambiar de tema. La redundancia es deliberada. Me retrotraigo a una escena de horas atrás que me conmovió. En carretera a El Salvador, kilómetro 12.8, sucedió algo digno de contarse. Tomé la película completa porque iba bajando del otro lado de la autopista. Un automóvil rojo se quedó en el carril de en medio de los tres que van de subida, justo después del puente de Santa Rosalía. El piloto empujaba el carro con enorme esfuerzo, intentando llevarlo hasta la orilla. La cuesta le estaba costando, valga esta nueva redundancia. Eran aproximadamente las 15:45 de la tarde. Muchos bocinaban y algunos se limitaron a rebasar con algún dejo de agresividad. Pero, por fin, un guatemalteco que conducía una camioneta agrícola hizo lo que correspondía: Se estacionó al margen de la ruta, oprimió el botón de sus luces de emergencia y se bajó a ayudar a otro guatemalteco a empujar su averiado automóvil. En ese preciso momento fluyó el tráfico rumbo a la ciudad y ya no pude ver el resto de la escena. Lo que sí alcancé a distinguir fue la cara de ese guatemalteco solidario y noble que no pensó dos veces en ayudar a otro guatemalteco que se encontraba en aprietos. Estoy convencido de que, tras ese minuto mágico, ambos se sintieron iluminados y contentos en sus corazones. El que ayudó, porque sin duda supo que había hecho una buena acción; el que recibió la ayuda, porque esa euforia de experimentar la nobleza de la humanidad siempre nos eleva el espíritu. Es esa la Guatemala a la que debemos aspirar. La Guatemala del que no vacila en darle una mano a aquel a quien el destino no le favorece. La Guatemala que aprende a aprovechar las oportunidades de servir. La Guatemala que no es indiferente al dolor ajeno.
De los dos personajes de esta historia, apuesto a que quedó más recompensado y pleno el que se bajó de su camioneta para empujar el estropeado carro de un desconocido, que el que recibió el tan oportuno apoyo cuando su vehículo ya no arrancó.
Regreso ahora a las 20:28 de ayer cuando escribo la última parte de esta columna. Vuelvo al tema sin haberme salido del tema. De más acotar que la redundancia es a propósito. La noche apunta hacia otra jornada en la que de nuevo nos hemos acercado al domingo 20 de agosto. Todo esto en medio de una tensa calma, que es más tensa que calma. Una tensa calma que inquieta. Una calma tensa que agobia. Este recorrido, de un día a la vez, o de una hora a la vez, o de un minuto a la vez, ha sido innecesariamente arduo y cargante. Hay y seguirá habiendo mucho en juego hasta que las aguas se apacigüen, si es que algún día logramos semejante tranquilidad en el futuro cercano. La peor maldad suele operar con sigilo y astucia. Y también suele mentir con desfachatez. Eso no podemos ni debemos pasarlo por alto.
Prohibido confiarse y pecar de ingenuos
A las 20:42 del miércoles 16 de agosto plasmo las líneas finales de mi artículo semanal: Está prohibido confiarse y pecar de ingenuos. Ni siquiera con el triunfo certificado es aceptable resbalarse en el triunfalismo.