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Salgo de un estacionamiento y René, el guardián, me dice: ¿Cómo puede ser que tres personas rechazadas por la mayor parte de la población tengan así a más de 17 millones de guatemaltecos? Le respondo lo que pienso: Porque detrás de esos tres impresentables funcionarios están los guatemaltecos más impresentables. Los peores. Los despiadados. Los que ya reservaron su sitio en el sector más fatigoso del infierno.
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Las bombas lacrimógenas no podrán nunca contra un país que ha llorado a tantos muertos durante décadas. Pero este país ya no quiere llorar. Mucho menos llorar muertos. Este país quiere reír. Quiere soñar. Quiere dar pasos. Este país quiere ser otro. Y no aceptará una dictadura como camino. Ni lamerá yugo alguno. Ni permitirá más profanaciones de verdugos. A los que somos padres nos llegó el día del “patrio ardimiento”. Y lograr, “sin choque sangriento”, que ningún tirano escupa nuestra faz.
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Los bloqueos deben terminar inmediatamente. Marchas ciudadanas como las de los mercados, caravanas de automóviles desde distintas zonas o caminatas de protesta como las que han llegado desde varios puntos del país. Esas son las vías más efectivas para mantener la demanda ciudadana que es absolutamente justa. Es obvio que detener al país y que la economía se desplome no conmueve a Consuelo Porras, a Rafael Curruchiche ni a Freddy Orellana. Tampoco a los magistrados de la Corte de Constitucionalidad. Mucho menos al presidente Giammattei. Ellos apuestan a cansarnos. A desgastarnos. A fragmentarnos. No hay que darles gusto. Manifestar es legal y legítimo. No hay mañana para esto.
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Mis respetos para las autoridades ancestrales indígenas. Lo repito: autoridades ancestrales indígenas. Qué gran lección de dignidad nos han dado con su actuar. Toda una cátedra de sabiduría y decoro para los liderazgos que centran sus “valores” únicamente en el más vulgar de los mercantilismos. Aún es tiempo para unirse a su heroica verticalidad. Nunca es tarde para hacer lo correcto. Pero la oportunidad de hacerlo a tiempo sí es finita. Ojalá lo entiendan quienes todavía dudan. Ojalá lo hagan antes de que el reloj de la historia ya no les permita consultar la hora.
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Hizo bien en renunciar el general Napoleón Barrientos. Había dicho antes que él es un “soldado de la democracia”. Cumplió con eso. Ahora el Ministerio Público, en complicidad con la Corte de Constitucionalidad, pretende perseguirlo. Y seguramente lo hará con gran diligencia, porque ese es su estilo: perseguir con agilidad y presteza a los que considera enemigos del régimen. Es decir: la negación del Estado de derecho. Es decir: lo contrario a la certeza jurídica. Es decir: la justicia al servicio del mal.
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Sumamente valioso lo hecho por el Foro Guatemala en cuanto a cotejar cuatro metodologías de verificación en el conteo de votos. Las 17 organizaciones que lo conforman dejan claro que no hubo fraude y que nuestro diseño electoral es más que confiable. Y dejan claro también que el discurso que pone en duda los resultados es malintencionado y artero. Me alegra, además, que le den su lugar a los 125 mil voluntarios que sacaron adelante las dos jornadas de elecciones. Duro golpe le dio el Foro a los golpistas. La redundancia es intencional. Golpe a golpe y verso a verso.
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A esta hora que escribo, me alegra que la situación frente a la sede del Ministerio Público se haya resuelto de manera pacífica. Aplauso para quienes procuraron que el asunto no llegara a mayores. Tanto de un lado como del otro. La gente sigue sumándose para pedir las renuncias que la mayor parte de la población exige. Quisiera poder hablar ahora mismo con René, el guardián, que me preguntó días atrás cómo era posible que tres funcionarios tuvieran en jaque a más de 17 millones de guatemaltecos. Y quisiera poder hablarle para decirle esto: Es muy evidente el malestar que causan esos tres funcionarios. Y es muy evidente también que, al paso que van, ya no habrá país que los acepte si les toca salir huyendo de Guatemala.