- 1
Tiene toda la razón Moisés Naim: La democracia sin Estado de derecho es vacía. Cito su artículo en “El País”: “Uno puede vivir en un país donde el gobierno se escoge por elecciones, pero si ese gobierno viola recurrentemente los límites a su poder, es corrupto, opaco y transgrede derechos fundamentales del individuo, difícilmente se puede decir que se vive en libertad”. He ahí el drama de Guatemala. No basta con lograr que se respeten los resultados electorales. Es decir, qué bien si los golpistas no se salen con la suya. Pero es impostergable recuperar la justicia. El liderazgo indígena lo tiene muy claro. Nos sirve muy poco que cada cuatro años se elija autoridades si no hay un sistema judicial que nos permita defendernos del poder. El colmo es que ahora ni siquiera quieren permitir que la voluntad popular decida en las urnas. Ojo con esto: Si los mismos operadores de justicia violan descaradamente la ley, no hay futuro. Ninguna clase de futuro. Ni el que se proyecta a 10 años plazo, ni el que se vislumbra del 14 de enero en adelante. Urge entender que apostarle solamente a que el sistema corrupto nos haga la amable concesión de darnos su venia para que Bernardo Arévalo llegue a la silla presidencial es negarse a ver la cruda realidad del país. Una realidad que debiera estar llena de esperanza por estos días, pero que, en vez de eso, es un escabroso patio de incertidumbres.
PUBLICIDAD
- 2
Las descaradas maniobras para intranquilizar a la ciudadanía y desgastar al partido que ganó las elecciones no se detienen. Aunque dispongan del resto del Estado, algo del Ejecutivo les importa demasiado como para entregarlo sin librar las mil y una batallas. Ilegalidades y bajezas incluidas. Son millones en negocios y sobornos que no quieren dejar escapar. Y habrá algunos que, por pura soberbia, se resistan a aceptar la derrota. Valiente y certero el comentario de Alejandro Balsells en la radio: Al paso que vamos, a Bernardo Arévalo podrían entregarle el gobierno, pero no el poder. Lo comparó con 1966 cuando a Julio César Méndez Montenegro le tocó ejercer de presidente condicionado por los militares. Guatemala es un país en el que, lamentablemente, las pesadillas se repiten. Es más, pareciera que los malos sueños solo permiten despertares cuando todavía es de noche. Y así, con la pre condición del amanecer restringido, la noche nunca termina.
- 3
Es usual que, en comunicados o alusiones, se ignore que Bernardo Arévalo ganó la segunda vuelta. A muchos les cuesta reconocerlo por escrito. Incluir en la redacción de sus boletines de prensa la frasecita clave. Pero de todos los “ninguneadores” o “negacionistas” del medio, el Organismo Judicial se llevó la mención “horrorífica”. En su comunicado de ayer, en el que proclama independencia y estar sujeto únicamente a la Constitución, dirige su “enérgico rechazo” a unas declaraciones de “el señor Bernardo Arévalo” y no del “presidente electo”. Se quejan de que él pida que “cesen las acciones tendientes a burlar la voz del pueblo, libremente expresada en las urnas”. Recuerdo ahora el viejo refrán: “Al que le venga el guante, que se lo plante”.
- 4
A esta hora que escribo, cuando faltan cinco para las ocho, no veo una salida serena para esta tremenda tensión que sufre el país. La polarización no ayuda. Tampoco los prejuicios. Mucho menos la necedad. Estados Unidos anuncia que seguirá usando sus herramientas de presión mientras no se desista del intento de socavar nuestra democracia. Hay muchos intereses que chocan entre sí. Es sumamente triste que sigamos enfrascados en líos post electorales y que ello impida concertar una transición de altura. Y eso nos pasó por dejar crecer el monstruo más de la cuenta. Hace demasiados años que la cultura del dinero fácil nos acoquina con su implacable inercia. Los políticos y sus cómplices son una máquina de robo y de desprecio por la gente. Momento es ya de ponerles un alto. Es ahora o nunca. Así de terminante y de categórico. Y no es fácil lo que viene. Nada fácil. He ahí el drama de Guatemala.