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Es pavoroso lo que sucede en el país. Si alguien tenía alguna duda de que hay grupos dispuestos a hacer lo que sea -incluso actos criminales- para no respetar los resultados de las elecciones, es obvio que ahora ya le quedó todo claro. El descaro raya en lo grotesco. El asalto a la democracia se hace a plena luz del día y sin la mínima vergüenza. Se acabaron las excusas. Nadie puede salir, a estas alturas, con que no hay perversidad y alevosía en este atropello. Quienes pretendan seguir en plan negacionista, o son cómplices o son tontos. Y, si son cómplices, de tontos no tienen un pelo. En todo caso, resultan ser de muy baja calaña. Los titiriteros se valen de fantoches o de desequilibrados mentales para perpetrar sus fines. Nada nuevo. Es despiadado lo que intentan hacer. Son pocos los que se prestan al juego. Se ven despreciables. Tal como son.
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¿Qué salida tiene Guatemala si la justicia está pervertida y cooptada? ¿A quién se le presenta una denuncia? ¿En qué cortes confiamos? ¿Cómo contrarrestar las infamias que surgen desde los tres poderes del Estado? ¿Qué hacer con un Ministerio Público que encarcela a cualquiera, si así le conviene a sus inexplicables intereses, e irrespeta sin pudor, y de manera flagrante, la libertad de expresión? ¿Cómo aceptar que los peores netcenters sean los portavoces del entre investigador y que amenacen impune y arbitrariamente como lo hacen? Tocamos un peligroso fondo con acciones tan ruines e indecorosas como esas. Habrase visto semejante desfachatez: pedir el retiro de inmunidad del binomio electo basándose en una mala puesta en escena. Ese es el colmo del desplante. Y es inaceptable que un académico de la categoría de Guayo Velásquez esté encarcelado por un caso tan inverosímil. Lo mismo ocurre con los otros rehenes políticos que son prisioneros del régimen. Es oprobioso lo que sucede. Vil. Cobarde. Infame.
Cantado está que no se detendrán en sus afanes de arruinar lo poco que queda de democracia. Una democracia que nunca les importó. Una democracia que han usado solo para sus discursos vacuos. No es buena idea apostarle únicamente al transcurrir de los días para esperar a que pase este vendaval. Es momento de articular a los grupos sociales y empresariales que están conscientes de la gravedad del ataque para que, en el marco de la ley, haya voces y liderazgos suficientes como para no abandonar a quienes han resultado y resulten víctimas de esta implacable arremetida. El poder de la gente es más efectivo previniendo que reaccionando. Como la medicina. Es momento de ser serios en la participación. Los objetivos deben estar claros y ser pocos. Mejor si es uno solo. Es hora de fijarse en las afinidades y no en las diferencias. Más que nunca. Hablo de inteligencia ciudadana. De dignidad que resiste. De guitarras gremiales y ancestrales que acompañen la protesta con los acordes exactos. Y es preciso, además, ser sumamente cuidadosos en no caer en provocaciones. Los “caradura”, como les llamó a los corruptos un conductor de Uber que me llevó ayer a un lugar, no van a ceder sin antes dar pelea. Ruda pelea. Sucia pelea.
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Me tranquiliza percibir el repudio generalizado contra estas burdas maniobras que buscan desestabilizar el país y sumirlo en la debacle perpetua. La comunidad internacional sigue apoyando sin reservas el proceso de transición. Y, si los conspiradores se atreven a llegar más lejos, seguramente se intensificarán las presiones y los reclamos. Las consecuencias de eso pueden ser terribles. Ya lo son. Callar no es opción en este momento crítico. El silencio es el mejor aliado de los golpistas.