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Hoy se pronostica un día crucial para el futuro del país. Así lo adelantan las fuentes. Dicen que durante este jueves perpetrarán el zarpazo definitivo para destruir la democracia. Lo poco que queda de esta. La de los votos. La de la voluntad popular. La de los resultados electorales. El resto ya fue cooptado.
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Puede que se atrevan a pisar el acelerador al máximo y que se lleven por delante todo lo que se les oponga. Puede que, al hacerlo, lleguen a su malévolo destino, aunque dejen heridos y muertos atrás. Eso no les importa. Ni ahora ni ayer ni nunca. Pero, en medio de tanta incertidumbre, existe también otra posibilidad: Puede que, al precipitar el automóvil a velocidades extremas, pierdan el control del volante y resulten estrellándose en un ineludible paredón. Puede ser que, en la euforia de su asalto final, les fallen los neumáticos y la inestabilidad los traicione. Es lo que se merecen. Es lo que les toca.
Me cuesta asimilar que haya tanta maldad en función de acabar con un país tan noble. Un país lleno de gente trabajadora y abnegada. Gente que lo único que busca es una esperanza real para seguir adelante. Gente que no exige nada de regalado. Gente que lucha a diario, aquí o allá, para alimentar a su familia. Gente a la que le faltan oportunidades y servicios por culpa de esos jugosos botines que se recetan los supervillanos de nuestra farándula político judicial. Asistimos al sainete barato del desamparo más vil. El absurdo del grotesco. El vodevil de lágrima. La cantata aparatosa.
Veo muy posible que los malos de esta película se jueguen el todo por el todo. Seguramente tienen mucho que perder. Seguramente temen ir a la cárcel. Seguramente se ven extraditados. Seguramente prefieren hundir la nave completa, con tal de no naufragar solos. Son despreciables de verdad.
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Entre los que ya no tienen “Visa” habrá algunos muy próximos al “American Express”. Y ahí no habrá “Master Card” que valga. Entonces, en vez de estar pendientes de “la fecha de corte”, tendrán que preocuparse por la corte federal. Presenciar eso será “priceless”. Hay cosas que el dinero no puede comprar.
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Recuerdo lo que me dijo alguien a media campaña electoral: “No tendría que haber tanta queja por el sicariato judicial de estos tiempos, porque en los 70 y 80, a los enemigos políticos los desaparecían o los mataban”. Aquello, ciertamente, fue la peor pesadilla. Sin embargo, ese cinismo tan pragmático debería de contrastarse con las palabras del gran escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017. Él, al referirse a la actualidad de su país, sostiene que “con Ortega llegamos a estar peor que con Somoza”. Ergo: La infamia siempre puede superarse a sí misma, sobre todo si le dan permiso de mostrar sus callejones más perversos.
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¿Qué tal si se trata únicamente de otra falsa alarma? ¿Qué pasa si al final del día ya no pasa nada? ¿Cómo manejar esta temporada de incertidumbres provocadas, sin que se dañe severamente nuestra salud mental? ¿Habrá alguien capaz de abstraerse de este asedio tan maledicente? ¿Por qué permitimos llegar tan lejos a quienes violan la ley a plena luz del día? ¿Cómo entender que varios de los actores de este complot parecieran no temerle a las inminentes sanciones internacionales que les afectarán y que también golpearán al país? ¿Qué vendrá después de lo de hoy, si no les funciona el plan? ¿Permitirán que los convivios y la Navidad transcurran con la mínima paz que tanto se añora? ¿Qué otras bajezas nos esperan de aquí al 14 de enero?