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Fracasó el Golpe. Por lo menos, en su versión más burda. No habrá presidente nombrado por el Congreso ni nuevas elecciones. El Pacto perdió esta batalla. La perdió haciendo el ridículo. Un ridículo internacional. Sus voceros quedan como lo que son: traidores a la Patria. Es obvio que no aman a Guatemala. No se defiende a un país de una supuesta amenaza foránea sembrando el odio entre hermanos. Tampoco mintiendo descaradamente. Mucho menos destruyendo la escasa institucionalidad en función de sus intereses. Es alentador que la infamia no haya triunfado esta vez. Pero, lamentablemente, su derrota no fue tan categórica como debió ser. Seguirán hostigando y también mantendrán en circulación sus gastados argumentos. Le toca al liderazgo limpio y visionario de los diferentes sectores sociales combatirlos con altura.
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Salvar la democracia formal es solamente el primer paso. Lo que viene es más complejo. Es la hora del acuerdo. El acuerdo posible, aunque no sea el ideal. Las fuerzas del centro tienen la palabra para desactivar el extenuante ruido de los extremistas. Y ese tejido necesita empezarse ya. En este preciso momento. Ayer. No podemos esperar al 14 de enero para tender esos puentes. Es ahora o nunca. Cada segundo que pasa nos pone en riesgo de llegar tarde.
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He aquí un humilde consejo para aquellos a quienes les retiraron la visa y quieren recuperarla: no apuesten al regreso de Donald Trump. Será mucho más efectivo si se arrepienten del supremo pecado de colaborar con quienes buscaban romper el orden constitucional. Y mucho más efectivo si no siguen con esas malas juntas. Hacer de esta tierra una puerta de oportunidades precisa de un esfuerzo en el que caben todos aquellos que crean en una justicia sana y libre. No es necesario cambiar de ideología para pasarse al lado correcto de la Historia. El que es de derecha que siga siendo de derecha. El que es de izquierda que siga siendo de izquierda. La ética del alma no tiene bando en la política; sí en la vida real. Obras son amores y las buenas razones para actuar correctamente son la clave para dormir en paz. Y por cierto: Ojalá que Trump no vuelva. El mundo no merece líderes como él. Los republicanos pueden competir con un mejor candidato.
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Como periodista, agradezco profundamente a las voces que no se dejaron amedrentar por la represión judicial que nos acecha. Sus aportes fueron fundamentales para llegar hasta aquí. ¿Qué habría sido de Guatemala sin los aguerridos analistas y los valientes ciudadanos que se atrevieron a desafiar este aparato de terror que intentó perpetuarse en el poder? Mención especial merecen los movimientos indígenas ancestrales que se la jugaron dando el ejemplo de dignidad. Sin ellos, la comunidad internacional no hubiese enfrentado el peligro de la dictadura con la decisión con que lo hizo. Gracias a ellos también. Gracias a Estados Unidos. Gracias a la Unión Europea. Gracias a la OEA. Gracias a la ONU. Gracias a los colegas de aquí y de allá. Gracias a la gente que nunca se dio por vencida.
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La tranquilidad de no estar pendientes del próximo atropello del Ministerio Público es, de por sí, una especie de convivio nacional. Por fin pudimos relajarnos. Por fin las noticias bajaron de tono. Al ponche de este momento se le agrega el piquete del deber cumplido. El embriagante más fino para colorear los sueños. El elíxir para el espíritu, como decía la mejor amiga de mi mamá. El descanso es justo y necesario. Pero es solo eso: un descanso. Tomamos fuerzas para lo que venga. Nos corresponde reparar las esperanzas. O construirlas donde ya no existan. Esas esperanzas tan indispensables como el pan de cada día.
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Es mi última columna del año. Aprovecho para agradecer a mis editores por esperar los escritos con paciencia de santos. Y por darme cabida en estas páginas. También les doy las gracias a quienes leen lo que publico cada semana. Son muy amables en hacerlo. Ha sido delicioso conversar con ustedes. En algún sitio del futuro nos aguarda un vino para festejar la vida.