Decana mundial de los profesores de yoga, Tao Porchon-Lynch es una mujer de varias vidas. Pero más que sus posturas, las clave de su éxito son su salud de hierro y su optimismo en un mundo ávido de bienestar y longevidad.
A los 98 años, su silueta es fina y frágil, y su voz es débil. Pero Tao, como la llama todo el mundo, aún viaja por el mundo entero para los retiros que apasionan a los yogis occidentales.
Aún coqueta, vestida con joyas y tacos altos, conduce sin dudar su pequeño Smart hasta las cinco clases semanales que enseña cerca de su casa, en el norte de Nueva York.
En el programa de aulas figuran las posturas que ejecuta ella misma, aunque a veces delega la demostración a uno de sus estudiantes, pero también una fe en la vida que parece haberla impulsado a lo largo de casi un siglo, con compañeros de ruta como Gandhi o Marlene Dietrich.
Sus alumnos de todas las edades se convierten rápidamente en discípulos.
"Me enseñó a no tener miedo, a probar todo, y hago cosas que jamás habría considerado posibles", explica Julie Ann Ulbrich, de 52 años, que sigue a Tao desde hace ocho. "Si a los 98 años ella puede conducir, vivir sola y hacer todos esos 'asanas' (posturas del yoga), tengo esperanzas".
En una sociedad que quiere conjurar la angustia de la vejez, este cóctel de longevidad tónica y espiritualidad práctica, cuidadosamente transmitida por sus estudiantes en las redes sociales, la ha convertido en vedette. E incluso en musa de marketing para Athleta, una marca del grupo de vestimenta Gap, que la colocó en portada de su último catálogo.