En las sombras de la tradición guatemalteca, hay una historia que no muere. Cada Semana Santa, entre el incienso, los rezos y los cortejos, vuelve a circular con fuerza la leyenda de la niña del Día de Finados, un misterio que atraviesa generaciones.
Se cuenta que en un pequeño cementerio de la región central del país, una niña vestida de blanco aparece cada 1 de noviembre, fecha dedicada a los difuntos. No habla, no llora, solo camina entre las tumbas dejando flores en cruces olvidadas. Algunos aseguran haberle ofrecido ayuda o comida, pero ella nunca responde. Al contrario, desaparece con la brisa cuando el sol comienza a caer.
Pero lo más inquietante es que su presencia no se limita al Día de Finados. Testigos aseguran haberla visto también durante Semana Santa, especialmente durante las noches de vigilia o en las madrugadas procesionales. Aparece entre las multitudes o cerca de las iglesias, como si buscara algo… o a alguien.
Muchos creen que fue una niña que murió esperando una promesa que nunca se cumplió, quizás una flor, un rezo, o simplemente que alguien no la olvidara. Otros, más escépticos, la ven como un símbolo de cómo los vivos conviven con los muertos durante estas fechas.
Lo cierto es que, año con año, alguien vuelve a contar su historia. Porque en Guatemala, las leyendas también caminan entre nosotros.