En las noches más solemnes de la Semana Santa guatemalteca, cuando el incienso flota espeso y los rezos se mezclan con el tambor de la marcha fúnebre, hay quienes aseguran haber visto algo más: figuras encapuchadas, distintas a los cucuruchos, que caminan en silencio cerca del templo de La Recolección. Son los Penitentes, una antigua leyenda que cada año revive entre las calles empedradas del Centro Histórico.
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Se dice que estos personajes aparecen en la madrugada del Viernes Santo, vestidos con túnicas negras y el rostro cubierto, caminando descalzos en completo silencio. No cargan imágenes, no tocan instrumentos, ni siquiera hablan. Su única misión, según la tradición oral, es pagar una promesa o un castigo del alma, en penitencia eterna. Algunos creen que son espíritus de antiguos devotos que murieron sin cumplir una manda; otros aseguran que se trata de personas vivas que hicieron un pacto secreto con Dios… o con algo más.

La leyenda tiene su epicentro en la iglesia de La Recolección, donde supuestamente se han visto a los Penitentes entrar y salir sin que nadie les abra las puertas. A veces aparecen entre la multitud, caminan unos pasos y desaparecen como si se esfumaran en el humo del incienso. Los vecinos más antiguos afirman que cada año, uno de ellos se queda atrás y vaga hasta el amanecer.

Aunque no hay pruebas, muchas personas afirman haberlos visto. En Semana Santa, cuando la frontera entre lo sagrado y lo inexplicable se vuelve más delgada, la leyenda de los Penitentes de la Recolección vuelve a recorrer las calles… en silencio.