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Beetlejuice, Beetlejuice: de regreso a la nostalgia

Lo nuevo del director Tim Burton nos reúne en la mitad de la vida con un pasado fantasioso y añorado y una muerte por venir.

Lo nuevo del director Tim Burton nos reúne en la mitad de la vida con un pasado fantasioso y añorado y una muerte por venir.

El encuentro con esta película en 1988 fue una gran novedad en cuanto a imaginario, actuaciones y universos. Revisitar la película previo al estreno solo nos afirma que sigue divertida y no ha envejecido tanto.

La locura de un director que recién puso en nuestro imaginario el término gótico-pop, regresó este año con Beetlejuice, Beetlejuice, y nos hizo recodar sus primeros pasos como cineasta. Influyente como es, Burton plasmó con este bio-exorcista, su atmósfera artística en la mayoría de las películas que aparecieron.

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El regreso del “super fantasma” nos abrió el apetito a aquella infancia donde un Beetlejuice nos poseyó con risas dementes, el concepto de la muerte y la música calypso de Harry Belafonte.

¿Qué nos ofrece esta segunda versión?

Esta nueva película nos relata el encuentro de las tres generaciones de mujeres ante la muerte del patriarca Charles Deetz. Delia (Catherine O’Hara), Lydia (Wynona Ryder) y su hija Astrid (Jenna Ortega) regresan al pueblo Winter River para celebrar su velorio. Astrid que no encaja en la excentricidad de su abuela y lo gótico de su madre, decide buscar su propia vida. Es entonces cuando conoce a un chico con el que conecta inmediatamente.

De pronto la sentimos desaprovechada porque encontramos personajes como el de Willem Dafoe quien interpreta a Wolf Jackson que no aporta mucho a la narración. Y, como era de esperarse, Mónica Bellucci quien es la novia de Tim, aparece como una suerte de Frankestein desquiciada que era la pareja en vida de Beetlejuice. Hace una aparición Danny DeVito más por cariño, que algo relevante. Keaton es cosa aparte, fresco y fantástico dentro del pellejo del desquiciado fantasma.

Burton es un cineasta despistado en cuanto a historias relevantes que son fundamentales. Su compromiso con Beetlejuice es de nostalgia pura más que una puesta artística de valor. Es divertida, sí y de corta duración, lo que se agradece pero 36 años muy tarde, demasiado.

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