En una tradición que ha marcado su papado, el Papa Francisco celebró este Jueves Santo con un gesto profundamente simbólico: la visita a una prisión en Roma, una de las cárceles más grandes de Italia, para la tradición del lavado de pies a los reclusos en un emotivo ritual que subraya su mensaje de perdón y solidaridad con los olvidados.
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El convaleciente Pontífice siguió el ejemplo bíblico de Jesús con sus discípulos. Entre ellos había un musulmán y una mujer transgénero, reflejando su insistencia en que “la misericordia no tiene fronteras”.
“Ustedes son importantes para Dios. La sociedad puede marginar, pero Él nunca lo hace”, declaró Francisco, quien criticó los sistemas penitenciarios “que castigan pero no rehabilitan”.
Rompe barreras
Esta ha sido tradición de Francisco que elige una prisión para esta liturgia, consolidando un legado de acercamiento a presos, migrantes y pobres.
“Sentí que alguien me veía como persona, no como un número”, dijo Marco, un recluso italiano.
