Antes del internet, los videojuegos en línea y las redes sociales, había un entretenimiento simple pero adictivo que unía a niños y jóvenes por igual: llenar álbumes de estampas. Desde series como Dragon Ball Z hasta los álbumes oficiales de los mundiales de fútbol, coleccionar estampas era todo un ritual lleno de emoción, estrategia y nostalgia.
No se trataba solo de pegar imágenes en una hoja, era una experiencia social: intercambiar repetidas, buscar esa estampa “brillante” imposible de conseguir y hacer trueques en los recreos como si fueran transacciones millonarias. Completar un álbum era una hazaña épica, una especie de medalla invisible que todos respetaban.
Aunque hoy todo está al alcance de un clic, ese sabor especial de abrir un sobrecito sin saber qué venía dentro aún vive en el corazón de quienes crecieron con ese hobby. Y lo mejor: muchos de esos álbumes todavía se conservan como tesoros personales o reliquias de otra era.