Opinión

Abrazo solidario para Karius

La alegría acre. El festejo agridulce. La sopa con una pestaña dudosa. Hoy escribo sobre la victoria del Real Madrid. Pero especialmente acerca de Loris Karius, el arquero del Liverpool. Me pongo en sus zapatos. Imagino su aflicción. Trato de comprender el porqué de sus crasos errores. Y así recuerdo un episodio personal. Me veo niño con mi atuendo de portero de la selección de primaria. Es el estreno del campo del colegio. Voy de titular a cuidar “los tres palos”. He esperado semanas por esa mañana. Veo hacia el público y una inesperada presencia afecta mi control interno. Me anotan dos goles en los que soy el errático absoluto. Daño a mi equipo. Pago cara mi distracción. Hasta me estrello con un poste intentando detener una pelota. Es el caos y el delirio. Mi fracaso.

No me lo perdoné durante meses. Aún después de tantos años a veces siento pena por aquel niño ido que, sin quererlo, le falló a sus compañeros a la hora buena. Por eso sé que Karius no cometió sus descomunales pifias con mala intención. Algo que solo él sabe lo desconectó de lo que pudo ser su gran noche. Y era evidente su desesperación cuando, tras regalarle el primer gol a Benzema, pretendió culpar al árbitro de su infortunio. Sabía que encima de sus hombros, y de su conciencia, pesaba la ilusión perdida de millones de personas. La peor página de su vida. Porque todavía faltaba lastre para él. La mantequilla de sus manos lo hizo verse incluso más patético pasados unos minutos. El estadio de Kiev se le desplomó en una pesadilla de caras largas. Y mientras tanto, las cámaras alrededor del mundo acechándolo. Y sus fotos circulando por millones de teléfonos móviles con la mofa a cuestas. Es decir, la debacle.

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Pero incluso con tan desolador panorama, Karius hizo algo heroico en esa jornada de espanto. Al terminar el encuentro, en vez de huir y de refugiarse en las recriminaciones directas del camerino, se acercó a las tribunas a ofrecer sus disculpas a los seguidores del Liverpool. Hasta donde se sabe, sin mayor consuelo de sus compañeros. Pero aun así, dando la cara. Pocos casos tan tristes como el de Karius hay en la historia del futbol. Hasta amenazas de muerte recibió. ¿Cómo habrá sido el vuelo de regreso? ¿Cómo se sentirá a partir de ahora cuando salga de paseo por la ciudad de los Beatles? ¿Qué irán a decirle cuando vaya al supermercado?  ¿Cómo lo habrá recibido su esposa, a la que también quisieron intimidar por medio de las redes sociales? ¿Lo echarán del equipo? ¿Cuántos insomnios le quedarán por delante?

Me es fácil escribir acerca de la derrota, porque la conozco bien. Sé lo que se sufre cuando todas las miradas acusan sin necesidad de pronunciar palabra. Uno siente que nunca va a salir de ese lodazal. Y que las arenas movedizas se vuelven cuerda floja, y que la cuerda floja se vuelve laberinto. Pero todo pasa. Todo va quedando atrás. Todo va diluyéndose con el transcurrir de los días. Perdonarse es primordial para reconstruirse. Aunque cueste.

Es posible que la reciente final de la Champions termine con Karius. Pero también es posible que esa tenebrosa noche lo haga grande y pleno en el futuro. Depende de él; de la terapia que decida recibir. De su determinación para evitar hundirse. No existen grandes éxitos sin grandes fracasos. Y el amor lo puede todo. Ese amor que, como sociedad, tanta falta nos hace en nuestro entrañable país para proponer y propiciar una reconciliación. Aquí el odio se descara ya sin recato alguno. Hay gente pagada para propagarlo. Gente siniestra y malévola, a la que no le importa despedazar al enemigo con las palabras más hirientes. La guerra sin pizca de ética. La repetición 2.0 de aquellos años implacables. Pobre Guatemala si permite que la añeja barbarie logra renovarse por completo. Pobre Guatemala si se abandona al azar de la apatía. Pobre Guatemala si tolera y acepta, con su desidia egoísta, casos tan dolorosos como el de Claudia Patricia Gómez, asesinada por un guardia de la Patrulla Fronteriza, porque para él, su vida importaba nada. Pobre Guatemala si permite que el cinismo y la mentira nos sometan hasta sus consecuencias inevitablemente sórdidas.

Hemos cometido muchos errores aquí. Por innumerables décadas. Errores crasos. Nadie está libre de yerros. El futbol es atractivo para las masas porque, entre otros aspectos, muestra a la humanidad en sus esencias primitivas y gloriosas. A veces se juega fuerte, pero con nobleza hacia el rival. A veces se juega sucio y sin piedad con el adversario. Igual que en la locura cotidiana de los días ordinarios. Sigo preguntándome qué pudo sucederle a Karius antes de la final que lo sumió en el agujero de la catástrofe. Seguramente, jamás lo sabré. Deseo para él que sea capaz de seguir su camino. Que se sobreponga a los instantes fatídicos. Algo de eso nos hace falta a nosotros. Nos urge edificar el futuro a partir de resolver el pasado. Haciendo presente con versos y no con golpes. Sigo empeñado en que el amor lo puede todo, pese a que el odio se haya descarado ya sin recato y a que haya gente pagada para propagarlo. Es impostergable defenestrar a la pesadilla. Perdonarse es primordial para reconstruirse. Aunque cueste. ¿Cuántos insomnios nos quedarán por delante?

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